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Covid-19 y la contaminacion


Incendios Forestales



Otra gran incógnita del coronavirus: su vínculo con la contaminación



Varios estudios relacionan una mayor letalidad del patógeno con la contaminación, pero aún no se puede establecer una relación causal





El confinamiento para evitar la propagación del coronavirus ha limpiado la atmósfera de Europa.
Hasta un 40% han disminuido de media en el último mes los niveles de dióxido de nitrógeno y hasta un 10% ha caído la concentración de las partículas contaminantes, según un análisis del Centro de Investigación de Energía y Aire Limpio (CREA), con sede en Helsinki.

Pero este oasis de aire puro puede quedarse en un simple espejismo ahora que la mayoría de países empieza a afrontar el proceso de desconfinamiento. Lauri Myllyvirta, el investigador encargado de ese análisis del CREA sobre la reducción de la contaminación en Europa, advierte del alto riesgo de un aumento de la polución urbana debido al incremento, por ejemplo, del uso del vehículo particular. “Es algo que ya ha sido evidente en China en las últimas semanas”, señala sobre la mayor utilización del coche tras el período de encierro. Muchos temen, además, que el transporte público quede estigmatizado por el riesgo de contagio.


De hecho, varios responsables políticos han apuntado en esa dirección. En España, por ejemplo, el ministro de Transportes y Movilidad, José Luis Ábalos, ha planteado que el uso del coche, aunque no sea sostenible, puede ser una alternativa durante la fase de desescalada que empieza ahora en el país. La organización ecologista Greenpeace ha criticado la postura del ministro y ha alertado, para rechazar esas recomendaciones, de que existe una peligrosa relación entre la polución del aire y la mayor letalidad e incidencia del coronavirus.


Lo cierto es que la contaminación y la covid-19 están en la misma habitación, pero aún no se sabe con certeza si están cogidas de la mano o cada una a su aire. Los pocos estudios que vinculan directamente la polución y el coronavirus, además de hacerse a toda prisa —muchos sin estar revisados por pares, el método de control que se suele emplear para la publicación en revistas científicas—, parten de un desequilibrio tremendo. A un lado está un fenómeno perfectamente analizado y cuantificado: la contaminación (y sus afecciones sobre la salud).

Al otro lado, un virus del que “no se sabe nada”, como apunta Julio Díaz, jefe del Departamento de Epidemiología de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III. Por no saber, no se conoce ni su tasa de incidencia real en la población ni la de mortandad, ya que en cada país —o incluso en cada región— se contabilizan de forma distinta los fallecimientos y la detección de los casos depende de la capacidad de realizar las pruebas de cada Gobierno.


Sin embargo, Díaz y su compañera del Instituto de Salud Carlos III Cristina Linares tienen contabilizados una docena de estudios que vinculan ya la contaminación con el coronavirus. “Hay algunos aspectos con más consenso que otros”, apunta por su parte Xavier Querol, investigador del CSIC y experto también en calidad del aire. Por ejemplo, varios de esos análisis señalan una relación entre las enfermedades que sí se sabe perfectamente que están vinculadas a la exposición de la contaminación —como las dolencias respiratorias crónicas, la hipertensión, la diabetes y el cáncer— y la mayor mortandad por covid-19. “El vínculo que ya está claro es que la contaminación del aire es un factor de riesgo importante y contribuye a las principales enfermedades crónicas que aumentan la gravedad y el riesgo de muerte por covid-19”, abunda en la misma idea Myllyvirta.


Díaz destaca entre todos los estudios que van en esta línea un análisis difundido a principios de abril por la Escuela de Salud Pública TH Chan de la Universidad de Harvard, aunque tampoco fue revisado por pares antes de su difusión. El trabajo apunta a un vínculo estadístico entre polución y mortandad por covid-19.

Los investigadores han comparado los datos de exposición a partículas PM2,5 en 3.080 condados de EE UU entre 2000 y 2016 y las tasas de mortandad por covid-19 en los mismos lugares durante las primeras semanas de la pandemia. La conclusión a la que llegan es que se han dado mayores tasas de fallecimientos por coronavirus en las zonas que han estado en los últimos años más expuestas a esas partículas nocivas.






Corto plazo

Otra hipótesis que está en investigación es si la exposición a la contaminación atmosférica a corto plazo, es decir, no acumulada como la del estudio de Harvard, puede hacer que las personas sean más propensas a la infección por covid-19 y a que la enfermedad sea más virulenta en su caso. Así ocurre con otros virus, apunta Myllyvirta. “Pero esto aún no ha sido comprobado específicamente para la covid-19”, añade este especialista.


La última línea de investigación es la que apunta a la posibilidad de que el virus pueda transportarse a través de las partículas contaminantes, como ocurre con algunas bacterias y el polvo sahariano. Tanto Díaz como Querol sostienen que esta es la hipótesis con menos consenso y más incertidumbres de las que hay ahora sobre la mesa.


“No hay que correr, se debe investigar sin presión”, resume Querol sobre todos los estudios rápidos en los que se aprecian vínculos entre polución y el nuevo coronavirus. Díaz explica que los análisis estadísticos que se están haciendo ahora tienen la ventaja de ser “rápidos y baratos”. Pero “el gran inconveniente es que no pueden establecer la causalidad”. Para eso, explica Díaz, “se necesitan años de seguimientos”. Según este investigador, el principal problema de los análisis que se están difundiendo ahora es la brevedad de las series de datos que se usan, de uno o dos meses como máximo. “Normalmente, se necesitan series de tres años”, afirma.


Myllyvirta, sin embargo, destaca el trabajo que están haciendo los investigadores en salud pública para generar información que pueda “ayudar a combatir la epidemia”. Resalta también la importancia de que las investigaciones estén disponibles de forma rápida para que las autoridades puedan tomar decisiones correctas.


En cualquier caso, tanto Díaz como Myllyvirta, consideran que cada vez son menos las incertidumbres que apuntan, al menos, a una relación entre las enfermedades provocadas por la mala calidad del aire y la letalidad del coronavirus. Por eso, Díaz insiste en que los responsables políticos deben mantener el “principio de precaución”. “La política no puede ser ahora que haya más coches”, advierte este investigador.







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LOS OTROS AMAZONAS QUE TAMBIÉN ARDEN




No solo arde el Amazonas, otras zonas del planeta están viviendo muchas de las tragedias forestales más graves de los últimos años.






El Amazonas arde. Esta vasta región acumula desde finales de agosto, sobre todo en Brasil y Bolivia, decenas de miles de focos diseminados por la selva, una tragedia medioambiental que ha desatado la alarma social en todo el mundo.


Los bosques son uno de los sumideros de carbono naturales más importantes del planeta para contener el calentamiento global.
Mediante la fotosíntesis, las plantas absorben CO₂ de la atmósfera y devuelven oxígeno. El área amazónica es un arma esencial para evitar que la temperatura siga aumentando. Pero no solo eso, el Amazonas alberga una riqueza sociocultural, con centenares de pueblos indígenas aislados y una cultura ancestral, cuyo legado podría perderse.


Ya se habla de que son los peores incendios en la zona desde el año 2010, según los datos ofrecidos por organismos dedicados a la observación de estos desastres naturales. Pero lo cierto es que no se trata de una situación esporádica y, ni mucho menos, nueva.


Y es que agosto es un mes propenso a los incendios forestales no solo en Europa, también en la Amazonía a pesar de ser una selva tropical con una alta humedad. Un pico anual en el calendario relacionado con la falta de lluvias de este periodo, pero sobre todo con los momentos de siembra.


No es casual. Según el Instituto de Investigación Ambiental de la Amazonía (IPAM), muchos de los focos en esta zona son provocados deliberadamente por personas, grupos pequeños que se benefician de la destrucción de áreas de bosque para que puedan ser destinadas a la agricultura. La tragedia de los incendios en el Amazonas, de consecuencias globales y un grave peligro para la lucha contra el cambio climático, cuenta con un complejo componente político y económico que está pidiendo a gritos soluciones gubernamentales capaces de estrechar el cerco a este desastre ambiental.


Esa, precisamente, es otra de las cuestiones centrales del problema. El Amazonas es un bien de riqueza mundial y se han abierto nuevas preguntas acerca de quién es responsable de protegerlo, ya que los incendios son una amenaza para el equilibrio climático del planeta. Así, el Grupo de los 7 acordó proveer de un fondo de US$22 millones para combatir los incendios. Mientras, el debate continúa.


Más incendios activos en África que en el Amazonas

Pero no todo lo que se quema está en el Amazonas. Las grandes sequías y las altas temperaturas (el mes de julio de 2019 fue el más caluroso jamás registrado) son un caldo de cultivo perfecto para que los incendios forestales se produzcan y propaguen a toda velocidad. Si a eso le unimos los focos provocados intencionadamente por el ser humano, el panorama es desolador.


Aquí podéis ver el mapa de incendios activos en tiempo real ofrecido por FIRMS, el departamento de la NASA dedicado al seguimiento de incendios.






Actualmente, África arde más que el Amazonas.

Unos 10.000 incendios están activos solo en el Congo y en Angola. Muchas veces se producen a causa de fórmulas ancestrales para gestionar el cultivo, la caza o el pastoreo, pero se calcula que un 10 % de esas quemas quedan fuera de control y son las responsables del 90 % de la superficie quemada.


La Unión Europea también arroja datos preocupantes, ya que ha registrado más de 1.600 incendios con superficies quemadas de más de 30 hectáreas, que es cuatro veces el promedio anual de la década anterior.


Incendios en el Ártico, una escalada sin precedentes

A pesar de lo que pueda parecer, los incendios en esta época del año también son una preocupación habitual en el Ártico a causa de factores atmosféricos como tormentas secas y el tiempo cálido, pero las temperaturas inusualmente altas y la baja humedad en el suelo han desatado este año una escalada de incendios en la zona sin precedentes.


La información que ofrece Copérnico, el programa de observación de la Tierra de la Unión Europea, es que desde julio de 2019 los incendios han estado haciendo estragos en Siberia, Alaska, Groenlandia o en el Norte de Canadá, tanto que se ha producido otro récord inquietante: el incendio forestal del Ártico más longevo jamás registrado.


El humo de los incendios forestales de Siberia se ha extendido por una superficie más grande que el área de la Unión Europea y los incendios de Alaska han liberado más del doble de la cantidad de dióxido de carbono que el estado emite anualmente por la quema de combustibles fósiles.


Incendios y cambio climático

Los incendios no son solo un desastre natural porque lo devoran todo a su paso, sino porque liberan a la atmósfera una gran cantidad de dióxido de carbono, uno de los gases de efecto invernadero responsable del calentamiento del planeta.


De hecho, según expertos, los incendios de la Amazonía podrían influir directamente en el clima de América del Sur, provocando la disminución de lluvias y, por tanto, una estación seca más intensa. Los incendios forestales del Ártico también son muy preocupantes desde el punto de vista del cambio climático, ya que las partículas que se liberan en ellos probablemente se asentarán en el hielo oscureciéndolo, un fenómeno que provoca que la luz solar sea absorbida en vez de reflejada, lo que agrava el problema del calentamiento global.


En estas circunstancias, a largo plazo el objetivo comprometido por los países en el Acuerdo de París de mantener el aumento de la temperatura del planeta en un máximo de 1,5 °C con respecto a la era preindustrial podría peligrar más aún a causa de esta escalada de incendios en tantos puntos del planeta, de ahí la urgencia de que los gobiernos del mundo afronten este problema medioambiental de manera global.










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